7/12/11

El despertar

Soplé las velas al son de la música mientras mi padre grababa el momento con emoción. Mi decimosexto cumpleaños acababa de cumplirse.
-Felicidades Jake, espero que te lo hayas pasado muy bien. Ya me contarás mañana lo que te han regalado.- Me dijo con una sonrisa pintada en la cara Elisabeth, mi compañera de pupitre.
Era preciosa: morena con ojos claros en los que siempre se apreciaba alegría y amor. Desprendía un aroma a lavanda que me engatusaba y me dejaba medio lelo... Su cara era perfecta, rasgos definidos y perfilados, nariz recta, ojos grandes, y cejas oscuras. Sus piernas eran... ¿cómo decirlo? Delicadas y rectas. No llegaban ni a la extrema delgadez ni a la gordura. Eran intermedias y geniales.
Le acaricié el pelo cariñosamente y ella me besó en la mejilla tímidamente. Me ruboricé al instante. ¿Cuándo conseguiría declararme a ella? Estaba loco de amor, pero no encontraba el momento de decírselo a la cara.

Una vez recogido todo, me fui a mi habitación, donde me puse una rebeca encima de una camiseta ajustada en combinación con unos pantalones largos de dormir.
Empecé a leer un libro de aventuras y caballeros de la edad media, cuando de repente, empecé a notarme raro. Me dolía la cabeza y me notaba cansado. Seguramente de la emoción del día, pensé.
Seguí con normalidad, pero empeoraba por momentos. La piel empezó a escocerme muchísimo, por lo que empecé a rascarme como un poseso, hasta que cesó por completo. Pero los problemas no habían hecho más que empezar. Pronto me dolió el abdomen y sentí que el cuerpo se me desgarraba poco a poco. Los bíceps empezaron a contraerse y relajarse cada vez más rápido. Mi corazón parecía un caballo desbocado.
No podía soportarlo más y decidí quitarme la rebeca para aliviar la quemazón que me recorría todo el cuerpo intensamente. Me tiré al suelo del dolor y gemí suavemente hasta que el dolor empezó a decrecer.
A medianoche, abrí los ojos sin motivo alguno y me percaté de que estaba tirado en el suelo. Me levanté con cuidado y me miré al espejo. ¿Tendría la piel enrojecida?
Vi mi reflejo con curiosidad, y lo único increíble, fue que la camiseta se había desgarrado completamente. Apenas quedaban algunos jirones que conservar, así que me quité lo que quedaba de ella y me puse otra más holgada de mi hermano Rodry. Tenía dos años más que yo y era increíblemente...perfecto. Me di cuenta hace años que no era normal que de un día para otro tuviese un cuerpo perfecto, una mentalidad perfecta, y unos sentidos perfectos... No era normal, pero al final terminé por convencerme de que lo era.
No pude seguir recordando aquello, porque sin motivo alguno, el dolor de cabeza apareció de nuevo, y seguido, los demás síntomas, pero esa vez, a lo bestia.
Me retorcí de dolor en la alfombra y esta vez no pude contener un grito desgarrador y doloroso que despertó a toda la familia.
Mi madre fue la primera que vino. A continuación llegaron mi hermano y mi padre. Ambos se dirigieron una mirada cómplice y me subieron a la cama con rapidez. Apenas era consciente de lo que me pasaba, y llegué a delirar, pero todo eso desapareció con una pastilla que me suministró mi hermano. Al momento, cerré los ojos y me sumí en un sueño profundo que duró tres días.

Al despertar, me sentí... increíblemente bien. ¿Era realmente yo? Parecía una persona diferente que acababa de nacer. Aparté las mantas que me cubrían y me dirigí al baño para darme una ducha.
Al momento, me di cuenta de que la camiseta que me había puesto en sustitución a la rajada, me quedaba muy ajustada. Casi pequeña. ¿Es que al sudar tanto había encogido?
Me la quité con cuidado, y me miré en el espejo de cuerpo entero del baño con baldosines dorados.
¿Qué había pasado? Creo que estaba soñando o algo, porque ése que se veía reflejado en el espejo no era yo ni mucho menos. Al que veía, era un chico bastante más alto que yo, con unos abdominales bien marcados, unos brazos muy fuertes, con los bíceps bien definidos, y con la cara... diferente, pero a la vez parecida a la mía. Era como si hubiese madurado físicamente de golpe.
Decidí ducharme y pasar de ese asunto, pues sería causado por la fiebre y no le quise dar importancia.
Cuando terminé, me volví a mirar mi reflejo. Seguía apareciendo ese chico.
¿Qué me había pasado esa noche de mi decimosexto cumpleaños? Me puse el albornoz, pero me quedaba pequeño. Apenas podía abrochármelo, por no hablar de que me llegaba por encima de las rodillas, casi a la mitad del muslo.
Resoplé y cogí el albornoz de mi hermano, que era más corpulento que yo. Al menos, ese sí que me quedaría bien. Lo cogí de su percha correspondiente y me lo puse. Vaya, ese me quedaba perfecto.
Recogí la ropa sucia del suelo y fui a la cocina, donde me encontré con mi hermano. Como siempre, iba vestido con camisas y pantalones de pana. A mí no me gustaban esas cosas porque me sentía agobiado. Yo prefería las camisetas de manga corta y los vaqueros. Sencillamente.
Le miré con miedo y curiosidad y me atreví a preguntarle:
-¿Qué me ha pasado Rodry?
-Habrá que buscarte ropa nueva. Por cierto, a partir de ahora, ten mucho cuidado con las chicas. Se volverán locas en cuanto les dirijas una mirada con ese cuerpo rondando cerca de ellas.- Se rió.
-Pero... ¡¡¿qué me ha pasado?!!-Le grité.
-Vale, vale. Está bien, empezaré desde el principio. No somos gente normal, como has podido comprobar. Somos....

Laura Ramallo (LRA)
El amor, la vida y la lectura suponen una gran aventura.

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